lunes, 25 de mayo de 2015

PJ: Lif "aquella que ve" [Trasfondo]


Los caminos que marcan los dioses son misteriosos y diversos. En ocasiones una bendición puede ser una carga y una maldición aquello que salve una vida. Los frágiles hilos que conectan el universo se entrelazan, tejen y desgarran con gran facilidad si sabes qué nudo tocar. Pero incluso las grandes völvas son conscientes del inevitable nudo corredizo que se estrecha sobre sus gargantas.

Lif, conocida como "aquella que ve", es uno de los personajes que protagonizarán esta campaña. Aquellos que buscan el favor de los dioses deberán estar dispuestos a mirar a los ojos a esta joven völva y a traspasar la frontera de lo que es y de lo que no es, de lo que ha sido y de lo que será.

Lif, "aquella que ve"

"Hoy resurge la era de las leyenda, resuenan en mi mente ecos de lugares lejanos, odas a grandes héroes y guerreros caídos. Ha llegado, es el tiempo de la verdad, el tiempo del hacha y la espada. 

En las colinas, el bosque frondoso olvida la gama de colores verdes del pasado verano. Y por fin tras la noche eterna sin estrellas, el sol comienza a dar sus primeras señales de vida... Los pequeños rayos de luz casi divina, se abren paso tímidamente despejando la neblina y el frío... El cielo engañoso se tiñe en una sinfonía de color... como si un niño hubiera derramado agua sobre las brasas. Hace viento y se percibe en las pequeñas gotas congeladas que el invierno esta próximo, que cada día hará más frío, hasta que los campos se tiñan de blanco y el verde no sea más que un lejano recuerdo. 

Desde mi nacimiento los hados han escrito mi vida, caídas y aciertos, victorias y pesadillas que me persiguen día y noche. Las völvas somos mujeres sagradas, criaturas malditas y sin embargo benditas por los dioses. Sabemos que la vida se teje con el hilo de las leyendas, que el destino es una eterna rueda que nos hace girar en círculos y que a veces permite vislumbrar lo que es, lo que ha sido y lo que será. Escuchamos en el viento el resonar de los pasos de los dioses por el mundo. Somos su mano, estamos a su merced y no podemos evitar el destino que nos han trazado... aunque realmente, ¿quién puede hacerlo? Los ignorantes de otras tierras, tierras ignorantes, habitadas por niños ignorantes, nos toman por brujas. Me acerco muy despacio a lo alto de la colina donde descansan las viejas ruinas del castillo, rodeadas por kilómetros de bosque. Desde aquí se podían divisar los dominios del antiguo Jarl.

El lugar me produce inquietud. Recorro el viejo camino de tierra y el sonido de mis pasos me traslada a otro tiempo, mientras una sensación me atraviesa el pecho como una lanza y puedo ver, a través de mi ojo izquierdo, a las gentes que pasean por él con sus gastados zapatos de cuero y sus ropas pobres y grises en dirección a la ciudad.  Unos transportan mercancías en su carreta deslucida que un asno esquelético trata de arrastrar, los menos afortunados llegan allí tras varios días caminando para conseguir unas monedas a cambio de lana, cuero o harina, y muchos otros simplemente intercambian una cosa por otra. 

Cuando cruzo el muro de piedra que rodea la ciudad, de nuevo vienen a mi mente sus imágenes sin rostro, las de esas personas que vivirán en aquel laberinto de casas de madera ubicadas de cualquier manera y en cuyos suelos de barro todos vierten sus desechos y orines. Casi puedo escuchar el ladrido de los perros y el cacareo de las gallinas que merodean por las calles con las patas llenas de inmundicia, picoteando y mordiendo cualquier despojo medio podrido que puedan encontrar. Puedo presentir el bullicio de las calles, recorridas por mujeres que levantan sus faldas para librarse del barro y la suciedad camino del mercado, mientras los hombres que no van a los campos golpean con sus martillos en la herrería, fabrican piezas de artesanía o trabajan en el molino, regresando después a casa para encontrar en su mesa un triste plato de agua caliente, que habrá sido hervido con verduras y quizás algo de tocino. 

Desciendo hacia la aldea que ha crecido en los restos de lo que fue una gran urbe. 
Las visiones se confunden en abigarrada sucesión, sin embargo, ellas no son las que me han atraído hacia aquí, así que cubro mi ojo negro como la noche y las visiones desaparecen. Entonces, miro a mi derecha, hacia lo que parece ser un callejón empiezo a sentir el dolor del presente. Veo la oscuridad, escucho los gritos de aquellos que están siendo pasados a cuchillo y los llantos de sus mujeres. Puedo oler la sangre de sus muertes.

He llegado tarde.

Desciendo la colina todo lo rápido que me permiten las piernas. El sol está más alto, cuando consigo llegar a las primeras casas del linde del camino, a los pocos hogares que se encuentran fuera de la "protección" de la aldea. 

Allí hay un silencio que apenas puede notarse, pero rebota en la piedra de las paredes de aquellas casas que aún se mantienen en pie. Rozo con mi mano una de ellas y el frío me atraviesa, haciéndome sentir el miedo de las gentes que huían sin saber dónde esconderse, mientras sus casas eran incendiadas incluso con sus familias dentro. Lo único que podían hacer, desarmados y aterrados, era correr.

Sigo caminando hasta que bajo mis pies el barro desaparece y el suelo se convierte en piedra. Allí, me escondo entre el humo.  Adivino por el sonido del viento, que los bandidos se han marchado con todo el botín que han podido cargar. Saben que el Jarl de la zona les perseguirá dentro de poco. Sin embargo el silencio es inquietante, como si realmente nunca hubiese ocurrido nada. 

Atravieso la puerta de una de las casas principales. Y allí la veo a ella, entre los restos de cadáveres e infelices moribundos.

Es una niña, solo tiene siete años pero me aguanta la mirada y reconozco el gesto, sé que un dolor le quema la garganta porque se empeña en retener las lágrimas. No sabe qué debe hacer, pero sus ojos me indican que hace unas horas abandonó su alma de niña por la imposición del destino. Y sin embargo, tiene suerte. Está viva. La aparto y trato de hacer lo poco que pueda por los que agonizan. Ayudo a los que puedo a pasar al otro lado y a los que aún resisten los traigo de vuelta. Siempre es así. Los fuertes prevalecen. Los que logran encontrar la fortaleza necesaria que les hace seguir adelante, resistir es lo único que importa 

Tras revisar el resto de la aldea y localizar a algunos infelices más que habían permanecido escondidos, los traslado a la casa principal. Respiro profundamente, tratando de recuperarme un poco, exhausta por el esfuerzo de esta dura mañana: diecisiete muertos, nueve malheridos sin retorno, cuatro recuperables, cuatro niños escondidos, entre ellos un bebé, y dos cobardes. No puedo hacer nada más por esta gente. 

A través de la rendija de la puerta destartalada, veo unos ojos familiares, negros como la brea y con un ligero brillo verdusco. Como siempre sucede, a continuación escucho un grito de horror a mi espalda. La niña corre a agazaparse entre unos toneles volcados dejando un reguero de orín a su paso. No trato de consolarla. Simplemente me dirijo a los pocos presentes.

- El Jarl Ottar mandará hombres para ayudar a recomponer las granjas, si regresan los huidos informadles de que estos crímenes no quedarán impunes. Tengo que seguir viaje, siento mucho no haber llegado antes. Que los dioses guarden vuestros pasos y guíen a los caídos en su nueva senda.

- Niña, cámbiales las vendas cada atardecer. Mi compañero os ha dejado algunas provisiones junto a la puerta.  

La niña se agarra a mi pierna y me pide que no la deje sola. La aparto de una sacudida. 

- Ahora eres la responsable de la vida de esta gente. Y te daré un consejo para que la vida te sea más fácil: nacemos y morimos solos, estás sola. Yo estoy sola, yo soy sola, sola por toda la eternidad. A veces te acompañarán en la alegría y la desdicha, a veces te cuidarán y a veces tendrás que cuidar de otros, pero siempre estarás sola. Así que cuida de tu comunidad, es tu privilegio estar en ella. Pero recuerda. Tu destino es sólo tuyo y de los dioses.

La niña me mira perpleja, como si mis palabras no llegaran si quiera a rozarla. Pero me obedece. Me marcho dejando la habitación atrás, en la penumbra. 

El día ya está avanzado, una cortina de agua fina barre los bosques. A mi derecha reaparece mi compañero, que hasta ahora se había mantenido en las sombras, vigilando y buscando a los malhechores que han causado esto. Me alegro, pues su presencia sólo hubiera empeorado la situación y el ánimo de los supervivientes.

- Se han ido hacia el nordeste. Son  trece, dos a caballo. Nos llevan apenas tres horas. Esta noche, cuando la luna caiga, les daré caza-  espeta mi lúgubre amigo; pronuncia cada palabra como si una daga cortara el aire. 

Lo conocí en mi decimotercer día del nombre. Ya maldito, ya bendito.  

Desde que las Völvas me acogieron, muchos errantes han pasado por mi vida. Hombres débiles y hombres tan duros como la misma roca. Hijos de reyes cobardes y esclavos fuertes y valientes. Hombres y mujeres destinados a ser pasto de los cuervos, héroes dispuestos a morir y vivir por los dioses. 

Al principio fue la quietud, nadie cantaba, no se contaban historias y no existían la danza, el fuego ni la música. Sólo recuerdo un vagar de aldea en aldea, de ciudad en ciudad, de ceremonia en ceremonia. Nadie se atrevía a contradecirnos, pues se nos trataba con respeto.

Según supe, mi verdadera familia perteneció a un clan menor caído en desgracia. Un clan asesinado y vejado por las tribus de las montañas. Hoy apenas queda nada de él. Cuando fui a visitar sus restos alcancé a percibir retazos del pasado. Mi madre y mis hermanas sufrieron el ataque, sé que mi padre y hermanos se habían marchado a asaltar ciudades, de las que nunca regresaron... También pude ver que una de mis hermanas logró escapar al bosque, pero las demás pese a luchar fieramente fueron apresadas. Mi desgraciada madre en aquel momento estaba embarazada de mí, quizá de siete lunas. Durante días fue violada, golpeada y cuando se cansaron de ella, decidieron que no era justo asesinarla, pues había sobrevivido y era un digno sacrificio a los dioses. Ella y el fruto de su vientre serían la ofrenda por los bienes concedidos aquel verano. 

La colgaron boca abajo de un gran roble, al que hasta entonces había adorado mi pueblo, pero ahora mancillado y seco, ya que los invasores habían hecho que ardiera. Y la dejaron morir lentamente entre delirios. Nueve días pasaron, hasta que la sacerdotisa que los había acompañado en el saqueo descolgó el cuerpo para desmembrarlo y retirar los huesos de su carne. Y cuál fue su sorpresa que al girar el cuerpo una niña salió de sus entrañas podridas, una niña sana, que berreaba haciendo retumbar el cielo de la mañana. La sacerdotisa no pudo negar las señales y decidió entregarme a las völvas.

Eran tres las völvas que me educaron, una muchacha joven, una mujer madura y una anciana.
Cada una tenía un don, dos de ellas habían elegido servir a los dioses y sólo una, la anciana, había sido marcada por ellos, como yo.

Aquella mujer, Lissandra, era indescriptible, como si todas las brujas condenadas y ávidas de aquelarres y conjuros, hubiesen pactado compartir su celda reviviendo en un solo cuerpo; una anciana, desgreñada, tuerta y vagabunda. Que a veces se dedicaba a hurgar en los despojos de otros, para encontrar cosas que vender, vestir o comer, como si su condición de elegida no le importara salvo en los rituales. Su olor terrible, su sonrisa desdentada, sus brazos abrasados y sus carcajadas, réplicas de sus dementes conversaciones con el viento, formaban parte de su sello. Sello que secretamente me aterraba en mis primeros años.

Serilda, la más joven, era un ser de luz, un ser sobrenatural. Su voz alegre y cantarina parecía extraída del canto de las aves y el salto juguetón de los ríos tras el deshielo. Su cuerpo alegre y liviano, cincelado en una piel blanca y tersa, casi marmórea, arrancaba, a todo aquel que la miraba, el aliento; su rostro de ninfa; su melena dorada como el trigo en el verano... todo ello le confería un aspecto angelical y divino; pero por encima de todo aquello, sin duda lo más bello y perfecto, era su mirada ambarina y sincera, que robaba el corazón. Claro, que a mayor luz, mayor sombra.

Avarosa fue realmente mi guía, llegó a formar parte de mi manos y mis ojos, casi podría aventurarme a llamarla madre.

He de decir que no siempre eran tres, pues viajaban en innumerables ocasiones y a veces otros viajeros y sabios se unían a ellas y vertían sobre mí sus consejos, obras, enseñanzas y alguna vez, incluso, algún juego o truco de magia que durante mi infancia, yo esperaba como si de ello dependiera mi vida.

Con el tiempo, la fase de observar y callar, dio paso a mi iniciación, tras la cual me instruyeron. Tratábamos a los enfermos, ayudábamos a las mujeres a traer nuevas vidas al mundo y guiábamos a los que no comprendían el designio de los dioses. Poco a poco fui encauzando mis dones y comprendiendo la bendición que me habían cedido los dioses. 

Mi compañero se despereza, la noche ha sido larga. Sus afiladas manos aún permanecen manchadas del rojo sanguinolento desprendido de las cabezas cortadas. Ya no habrá más bandidos. Ahora la mayoría descansa con ojos vidriosos a ambos lados del camino hasta ser pasto de los cuervos, penderán, desde las altas picas enviando un mensaje a todo aquel que los mire. 

Es hora de regresar."

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